Serenidad: La clave de la vida

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Serenidad: La clave de la vida

Jan 9, 2025

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Calm waters, serinity. No humans. No rocks. Just calm water. Concept art 3D. Image for a blog post.
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Opinion

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Vivimos en la era del zumbido perpetuo (si viviste en la época del Messenger entederás la referencia): pantallas que parpadean, mentes que divagan, agendas que estallan. Nos han vendido la idea de que la paz interior es un producto en oferta: descárgala con una app, cómprala en un retiro de fin de semana, consíguela con pastillas de ashwagandha. Pero la verdad es incómoda: la serenidad no se consume, se construye. Y su material más resistente no es la meditación ocasional, sino una palabra que ha perdido glamour: disciplina.

Sí, lo sé. La disciplina suena a militar en la escuela de la vida, a horarios pintados con regla, a renunciar al placer. Pero aquí está el secreto que nadie te cuenta: la verdadera disciplina no es una cárcel, sino el arte de esculpir libertad. No se trata de sufrir, sino de elegir con ferocidad qué merece ocupar tu atención en un mundo diseñado para secuestrarla.

Lo que se necesita para el hombre es la libertad interior; la serenidad interior es el resultado de la libertad interior.

— Viktor Frankl

Imagina esto, cada mañana, antes de que el primer correo electrónico active tu modo piloto automático, tienes diez minutos. Diez minutos que podrías usar para revisar redes sociales, para angustiarte por noticias que no controlas, o para respirar y recordar quién eres más allá de tus tareas pendientes. Esa elección —aparentemente trivial— es un acto revolucionario. Es la disciplina de priorizar tu humanidad sobre tu productividad.

La trampa está en creer que la serenidad es un estado místico reservado a iluminados. En realidad, es el resultado de microdecisiones repetidas: decir "no" a una reunión innecesaria para decir "sí" a una caminata en silencio; apagar el teléfono durante la cena no por ascetismo, sino por hambre de presencia; escribir tres cosas que te alegran hoy, aunque hoy haya sido un día gris. Estos no son trucos de autoayuda, sino ladrillos con los que edificas un refugio interno contra el huracán exterior.

Claro, habrá días en los que el caos ganará. Te comerás una pizza frente al Netflix en lugar de meditar, pospondrás ese proyecto personal otra semana, gritarás en el tráfico. Pero la disciplina no es perfección: es la terquedad de volver a empezar. De recordar que cada instante es un borrón y cuenta nueva, y que hasta los budistas se enfadan cuando les cancelan un vuelo.

¿El mayor mito que debemos derribar? Que la serenidad es lo opuesto a la acción. Al contrario: es lo que permite actuar sin ahogarse en la espuma de las urgencias. Cuando dejas de correr tras cada estímulo como un perro tras su cola, descubres el poder de la lentitud deliberada. De escribir un informe con la misma atención con que sostienes una taza de café caliente. De escuchar a un amigo sin mirar el reloj. De trabajar no para tachar tareas, sino para dejar una huella que importe.

Al final, todo se reduce a una pregunta incómoda: ¿quieres ser un esclavo de tus circunstancias o un arquitecto de tu paz? La disciplina no tiene que ver con alcanzar metas, sino con despertar del sueño de que el mundo te debe calma. La calma eres tú, decidiendo —una y otra vez— que tu valor no depende de tu velocidad, tu inbox o tus likes. Que mereces habitar tu vida, no solo administrarla.

Así que la próxima vez que sientas que el mundo gira demasiado rápido, recuerda: la serenidad no es un lugar al que llegas, sino una forma de caminar. Y cada paso, por pequeño que sea, cuenta.

© 2022 Carlos López. All Rights reserved.

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