Hoy vengo a contarte una verdad incómoda, y es que a pesar de ser San Valentín, hoy la historia va de desamores y rupturas.
En un mundo laboral obsesionado con los KPIs, los logros rápidos y las métricas de desempeño, se nos vende una narrativa peligrosa: "Cuanto más produzcas, más valioso serás". Las empresas hablan de "capturar talento", de "retener a los mejores", y nos seducen con promesas de crecimiento y reconocimiento. Pero detrás de este discurso, hay un juego perverso del que pocos hablan: la productividad excesiva no siempre se premia, sino que se explota. Y cuando dejas de ser útil, te conviertes en un número más en una hoja de cálculo.
El cuento del talento: cuando eres un recurso, no un aliado
Las organizaciones repiten como un mantra que "el talento es su principal activo". Te elogian por tu capacidad para resolver problemas en tiempo récord, por asumir proyectos extras sin quejarte, por quemar horas como si el éxito personal dependiera de ello. Sin embargo, esta idealización tiene un lado oscuro: tu productividad no es un fin, sino un medio para maximizar su rentabilidad a corto plazo.
Piensa en esto: si una empresa puede avanzar seis meses de trabajo en tres gracias a tu esfuerzo sobrenatural, ¿qué impide que, una vez cumplidos esos objetivos, busquen reducir costos prescindiendo de ti? No es cinismo, es lógica capitalista. A fin de cuentas, estamos de acuerdo en que las empresas no son ONGs. En un sistema donde los resultados trimestrales mandan, los empleados hiperproductivos son como velas que brillan intensamente… hasta consumirse.
La paradoja del "empleado estrella": eres prescindible, no irremplazable
El mensaje tóxico que internalizamos es: "Si demuestras que puedes con todo, ascenderás". Pero la realidad es que, cuanto más indispensable pareces en tu puesto actual, más riesgo hay de que te estanques allí. ¿Por qué promover a alguien que resuelve problemas críticos en un rol específico? Mejor mantenerte donde eres útil, mientras extraen tu potencial al máximo.
Y si un día la empresa enfrenta recortes, adivina quién está en la mira: aquel cuyo salario ha aumentado tras años de dedicación, o cuyo agotamiento lo ha vuelto menos "ágil" (según su definición). La productividad desmedida te convierte en un activo de alto rendimiento, pero también de alto riesgo para sus finanzas.
El engaño de la lealtad
Las corporaciones hablan de "familia" y "propósito compartido", pero su relación contigo es transaccional. Un ejemplo crudo: ¿cuántas veces has visto a colegas ser despedidos tras entregar proyectos clave? Las empresas no dudan en aprovechar periodos de alta productividad para acumular avances, y luego reorganizar equipos para ahorrar. Es una estrategia fría: tu trabajo duro hoy es el colchón que les permite prescindir de ti mañana.
Incluso en industrias creativas o tecnológicas, donde se celebra la "innovación", abundan los casos de profesionales que desarrollan sistemas, procesos o ideas revolucionarias... solo para ser reemplazados por alguien más barato una vez que su contribución está institucionalizada.
Cómo protegerte sin caer en la mediocridad
No se trata de hacer menos por resentimiento, sino de trabajar con conciencia estratégica. Aquí algunas claves:
Mide tu entrega según tu beneficio real: Si un proyecto te aporta aprendizaje, visibilidad o conexiones valiosas, invierte en él. Si solo sirve para que otro sume un logro a su currículum, pon límites.
Niega la explotación romantizada: Rechaza la cultura del "siempre disponible". La productividad sana tiene horarios, días de descanso y respeto por tu vida fuera del trabajo.
Documenta y negocia: Si asumes responsabilidades extra, exige reconocimientos concretos (aumentos, ascensos, formación). Si solo ofrecen palmadas en la espalda, reconsidera tu ritmo y dado el caso, tu huida.
Invierte en tu autonomía: Desarrolla habilidades que te permitan salir del sistema si es necesario. La verdadera seguridad no está en la empresa, sino en tu capacidad para reinventarte.
La productividad como arma de doble filo
Ser eficiente no es malo, pero cuando se convierte en una compulsión —alimentada por miedo al despido o por la necesidad de validación—, pierdes poder. Las empresas lo saben: por eso normalizan el burnout, glorifican el "sacrificio" y convierten la autoexplotación en una virtud.
Recuerda: no eres una máquina de generar utilidades. Si tu productividad no se traduce en crecimiento real para ti (económico, profesional o personal), estás regalando tu energía a un sistema que no dudará en descartarte cuando ya no le sirvas.
Conclusión: trabaja para ti, no para su hoja de ruta
La lección más dura es esta: en el capitalismo corporativo, tu talento es un recurso, no una prioridad. No dejes que te conviertan en un cohete desechable —que impulsa a otros hacia arriba mientras tú caes—.
Redefine el éxito: que no se trate de cuánto produces, sino de cuánto conservas de ti mismo al final del día. Tu salud, tu tiempo y tu paz mental son el verdadero "ROI" que ninguna empresa puede pagarte. Después de todo, cuando apagues la computadora, la única vida que importará será la que hayas construido fuera de sus métricas.