Como Product Lead, mi mayor desafío no fue aprender a gestionar proyectos complejos o tomar decisiones bajo presión. Fue algo más contraintuitivo: desaprender la necesidad de controlarlo todo. Durante años, mi valor profesional se midió por mi capacidad para diseñar soluciones, resolver detalles técnicos y microgestionar equipos. Pero al ascender a un rol de liderazgo estratégico, descubrí que aferrarme a esas tareas no me hacía más eficiente, sino todo lo contrario. El verdadero salto cualitativo llegó cuando entendí que el desapego no es abandono, sino la única forma de escalar mi impacto.
La trampa del "hacedor": cuando tu Identidad se convierte en tu carga
En los primeros meses como líder, seguía inmerso en la mentalidad del individual contributor. Revisaba cada wireframe, reescribía briefs que ya estaban aprobados, y delegaba tareas solo para recuperarlas al primer signo de demora. Creía que mi valor dependía de mantener las manos en el código, en los diseños, en el flujo de trabajo. Pero pronto, el agotamiento y la frustración aparecieron: mi equipo se sentía subestimado, las tareas estratégicas se acumulaban y yo seguía atrapado en un rol que ya no me correspondía.
El problema raíz era emocional: confundía el control con la competencia, y la participación con el propósito. Había construido mi identidad profesional alrededor de "hacer", no de "guiar". Y en ese apego, no solo limitaba a mi equipo, sino que sabotajeaba mi propio crecimiento.
Las tres mentiras que nos impulsan a aferrarnos
"Si no lo hago yo, no saldrá bien": La arrogancia disfrazada de responsabilidad. Asumimos que los demás carecen de nuestra capacidad o estándares, sin darles espacio para equivocarse y aprender.
"Perderé visibilidad si no estoy en todo": Miedo a que, al soltar tareas operativas, dejemos de ser relevantes.
"Esto es lo que sé hacer mejor": Comodidad en la zona conocida, incluso cuando el rol exige habilidades nuevas.
Como líder, tu trabajo ya no es ejecutar, sino ser facilitador para crear las condiciones para que otros puedan ejecutar. Y eso requiere un tipo de fe distinta: no en tus propias manos, sino en tu capacidad para elegir, formar y empoderar a quienes las tienen.
Cómo aprendí a soltar (sin sentir que fallaba)
El desapego no ocurre de la noche a la mañana. Es un músculo que se entrena con práctica diaria. Estas fueron mis claves:
1. Redefinir el éxito
En lugar de medir mi día por tareas completadas, empecé a evaluar:
¿Tomé decisiones que alinearon al equipo con la visión del producto?
¿Identifiqué obstáculos sistémicos que, de resolverse, multiplicarían nuestra eficiencia?
¿Invertí tiempo en desarrollar las habilidades de mi equipo?
2. Delegar con intención, no por obligación
Delegar no es asignar tareas al azar. Es un acto estratégico:
Emparejar habilidades con desafíos: Dar responsabilidades que estiren (sin romper) las capacidades de cada miembro.
Definir el "qué", no el "cómo": Si pides un dashboard, especifica el objetivo ("medir engagement post-lanzamiento"), no el diseño en Figma.
Celebrar los errores: Cuando alguien toma una decisión distinta a la que tú hubieras tomado, pero funcional, es una victoria.
3. Crear rituales de desconexión
Bloques de "no intervención": Horas específicas donde prohibía revisar Slack o correos, forzándome a confiar en que el equipo actuaría.
Reuniones de "solo escucha": Sesiones donde mi rol era observar cómo el equipo debatía sin mi participación, descubriendo dinámicas que antes ignoraba.
4. Invertir en anticipación, no en reacción
Como líder, tu mayor aporte es mirar más allá del horizonte inmediato. Para ello:
Dediqué el 30% de mi tiempo a analizar tendencias del mercado, conversar con clientes y mapear riesgos futuros.
Dejé de apagar incendios para diseñar sistemas que los prevengan.
Lo que gané al dejar de intentar hacerlo todo
Equipos más autónomos y creativos: Al no depender de mi aprobación constante, surgieron soluciones que jamás habría imaginado.
Enfoque en lo que realmente mueve la aguja: Priorizar la estrategia sobre lo operativo aceleró la innovación.
Menos agotamiento, más propósito: Recuperé la energía para pensar en grande, en lugar de ahogarme en detalles.
El desapego no es indiferencia, es confianza
La lección más profunda fue esta: soltar no significa renunciar al control, sino redistribuirlo. Cuando dejas de aferrarte a tácticas concretas, ganas espacio para influir en la dirección general. Es como pasar de remar una barca a navegar un velero: tu rol ya no es impulsar cada movimiento, sino ajustar las velas para aprovechar el viento.
Hoy, cuando siento la tentación de intervenir en un diseño o reescribir un ticket, recuerdo que mi verdadero valor como líder no está en lo que hago, sino en lo que permito que otros logren. Y eso, paradójicamente, exige soltar para crecer.